La clausura de dos locales nocturnos este fin de semana reabre un debate que Balcarce arrastra desde hace años, sin respuestas ni soluciones reales: ¿dónde se entretienen los menores de edad? ¿Qué opciones tienen los adolescentes para disfrutar de la noche sin caer en los márgenes de la informalidad, la clandestinidad o la calle?
Hoy no existen espacios habilitados y sostenibles donde los más jóvenes puedan bailar, encontrarse y crecer en comunidad. Las matinés, que alguna vez ofrecieron una salida sana y controlada, prácticamente han desaparecido. Y no por falta de demanda, sino por una razón clara: no son rentables.
El negocio nocturno, como está planteado, depende en gran parte del consumo de alcohol. Y cuando se trata de menores, esa variable —por razones legales y éticas— no entra en juego. El resultado es un desinterés total del sector privado en invertir en propuestas para ese segmento. No hay incentivos, ni respaldo, ni reglas claras que garanticen viabilidad económica.
Lo preocupante es que esta falta de espacios habilitados no elimina el deseo de salir, encontrarse, socializar. Solo lo empuja hacia lugares más riesgosos. Es entonces cuando surgen las previas sin control, las fiestas en casas, o los intentos de colarse en eventos pensados para mayores. Y cuando eso ocurre, el problema ya no es solo de los jóvenes: es de todos.
¿Dónde están las políticas públicas? ¿Dónde está la creatividad y el compromiso del sector privado? ¿Quién se anima a pensar la recreación adolescente no solo como negocio, sino como parte del tejido social?
Mientras tanto, la clausura de los boliches seguirá siendo apenas un síntoma. El problema de fondo es que a nuestros jóvenes, simplemente, no les estamos dejando lugar.
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